La Sacralización de las Encuestas

En tiempos electorales, desde hace unas décadas los estudios cuantitativos a través de encuestas son las vedettes de la escena pública. De hecho se han insertado en la conciencia social de un modo inherente, pareciera al menos, al funcionamiento de la democracia.

Lo cierto es que la dinámica de la vida en sociedad ha tomado una vertiginosidad impresionante, que exige una velocidad de respuesta más rápida que la instantaneidad misma, afectando a la corporealidad de cada hombre, esto es: los altera, los afecta negativamente, encuentra respuestas falsas, conspira contra uno mismo y desalienta la confianza de unos con otros, llegando al punto de enfermarlos.

Vamos a calmarnos! La construcción de la opinión pública viene dada por una suerte de confluencia de encuentro de categorías mutuamente excluyentes, difícil de comprenderla por su razón de ser. Esto es, que se prefiera a un candidato u a otro, significa eso y nada más que eso. No es bueno ni malo. No es axiomática. No tiene valores. Es una preferencia y punto y aparte.

El problema que nació aparejado es poner en tela de juicio a las encuestas, exigiéndoles más que lo que la encuesta da. Aparecen afirmaciones totalmente falaces del tipo de “No le pegaron” “Le erraron a todo”. Esto justamente nace, porque se utiliza a los estudios cuantitativos de manera espectacular, llevando al centro de la escena de un modo moralizante.

Esto es una mala noticia para uno de los lectores, pero les comento que no se trata de creer o no en los resultados de una encuesta publicada. Eso es la foto de un momento de como va una guerra de percepciones, y que en el segundo plano del cerebro funciona en forma residualmente activa que va a ser así, como una especie de oráculo predictor de la vida social. Muy lejos de eso está.

Es más, lo que se publica, en muchas para no decir todas las veces, no es la verdad. Saben por qué? Porque las contrató alguien para él y ese conocimiento no lo quiere compartir con todos, salvo que solamente él quiera. O acaso alguno de nosotros si un médico le diagnosticara una enfermedad terminal, lo andaría ventilando a los cuatros vientos y en cuanto medio de información se aproxime? Absolutamente no. Esto es lo mismo.

Lo que ocurre que nadie quiere “perder” y antes de perder prefiere un “culpable”, un chivo expiatorio que lo salve, en este caso: las encuestas. Sacralizarla es un mal consejero.

En síntesis, cada uno lleva su encuesta adentro y cree que si la mayoría actúa de otra forma, está mal. Debemos desmoralizarla y entender que solo es un instrumento de diagnóstico para unos y una herramienta de conquista en otros. Es el recurso para la noticia en los medios y la anestesia de la ansiedad social. Para lo demás, está la fe.

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