El Líder y el “fantasma” del Poder

Realmente en el momento que los hombres deciden embarcarse en la vida política, comienzan a transcurrir todos, absolutamente todos sus actos por la senda de la conquista o mantenimiento del poder.

Pero para que podamos comprehender con mayor precisión esta afirmación, debemos referirnos en una primera instancia que nunca podemos olvidar que los hombres vivimos, y aunque muchas veces no estemos de acuerdo, entre dos ejes: tiempo y espacio. Estas dimensiones son las que nos permiten vivir, donde cada una de las decisiones que vamos tomando, podemos analizarlas, revisarlas, planificarlas y pronosticarlas. En otras palabras, son las que nos habilitan a actuar con la mayor certeza posible.

Ahora bien, en el ámbito de la política, la escena gira en torno a la dinámica de las mismas dimensiones pero con un instrumento muy particular: el poder, y como su esencia lo describe, implica la acción de uno en función del deseo de otro.

Y en este sentido, los hombres políticos cuando se encuentran con un estado especial: el liderazgo, en muchas ocasiones no advierten que se trata de una situación particular difícil de explicar por la razón, dado que las pasiones parecen ocuparse de eso, provocando una imagen de la realidad totalmente controlada que simula una sensación de omnipotencia.

Sin embargo, en el momento que la imagen se tiñe cada vez más real, porque las decisiones ya no tienen el mismo efecto que hasta el momento, es decir que se pone en jaque esa imagen del todo controlado, ese es el momento que nace un verdadero “fantasma” que a prima facie parece estar y ahora ya no, y no es más que lo se lucha constantemente: el poder.

Así, si nos detenemos en la búsqueda de razones que fundamenten esta situación de miedo o al menos de temor frente a cada desafío de la vida política, nos alcanza con enumerar un conjunto de características – componentes de la propia naturaleza intrínseca del poder, vale decir:

  1. El poder es siempre ABSTRACTO, ya que el político no encuentra ninguna forma alguna para poder encapsular al poder. De modo que así decida utilizar todos los recursos que estén o no a su alcance, no le permitirá materializar la porción de poder que él considere en su interior ni acumularlo en algún lugar.
  2. El poder es siempre RELATIVO, debido a que el ejercicio del poder implica la simbiosis y participación necesaria de dos partes, unos que mandan y otros que obedecen. De esta manera, en tanto y en cuanto, el hombre político activo, el que manda no encuentre competencia ni resistencia a sus decisiones, tendrá poder efectivo en los que obedecen. Esto lo convierte en impersonal, porque nadie puede delimitar “su” poder.
  3. El poder es siempre TEMPORAL, y esto deviene de lo anteriormente mencionado, y va más allá del sistema de gobierno adoptado. Es decir, es temporal por el mismo ciclo de la vida de los hombres, que comienza con su nacimiento y culmina con su destierro. Por otro lado, su temporalidad se corresponde con la permanencia de la relación entre el líder y los que obedecen y si nos concentramos en el funcionamiento de la democracia, su lógica establece la posibilidad de libre elección en cada proceso electoral, dando la posibilidad real de alternancia de ejercicio del poder y por lo tanto delimitación de principio y fin al mismo ejercicio de poder; en definitiva del supuesto liderazgo.

Por consiguiente, en la medida que cualquier hombre político le abra la puerta al “fantasma” del poder y no vaya en su conquista; en la medida que quiera negar discursivamente al propio instrumento que está utilizando, indudablemente aumentarán sus chances de deceso en la vida política y seguramente sentirá un estado de desazón, angustia y frustración que lo llevará a estados de apatía, asegurando que su paso por la vida política fue la peor decisión, cuando en realidad nunca habrá entendido que la vida política es una verdadera vocación de vida y que la utilización del poder responde siempre a sus propiedades.

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