Luces y Sombras del Plan Alberto

Resulta que la llegada del enemigo invisible, insonoro e inteligente, me refiero al COVID-19 que invade nuestras vidas desde principios de marzo, que obligó a las autoridades nacionales a tomar medidas drásticas en términos económicos, que priorizaran la vida por encima de cualquier alternativa, instalando el confinamiento como la vacuna / antídoto reactivo a su accionar, más conocido como aislamiento obligatorio, preventivo y social. En otras palabras, quedarse en casa y suspender básicamente todas las actividades de dinámica social productivas, salvo las consideradas esenciales.

Lo cierto es que ese objetivo que epidemiológicamente se lo conoce vulgarmente como “aplanar la curva” o reducir el acelerador de contagio individual en el tiempo va encontrando un camino auspicioso, que le permita ganar en el tiempo para ampliar las capacidades de abordajes sanitarias de atención de los ciudadanos afectados por este intruso.

En la otra cara de la moneda, emergen los defensores de lo material agudamente, que se resisten a una especie de no trabajar; y que enfrenta desde las miserias individuales a ricos y pobres, ilustres e ignorantes, y cuantas categorías más se establezcan para divisar el desencuentro de las capas sociológicas que integran una comunidad.

Ahora bien, los días pasan, la cuarentena sigue y tiene pronóstico de extensión, y así como en algunos espacios se ha naturalizado vivir en modo INDOOR con una suma de comodidades materiales resueltas, en otros lugares comienzan a agudizarse las cuestiones de mínima como de alimentación aunada a las climáticas que se avecinan: la llegada del frío; entonces la pregunta que comienza a escucharse es “Alberto ¿tenemos un plan?

Vamos a intentar ensayar una serie de respuestas, que Alberto (y su equipo) nos indica que está trabajando:

Plan Salud RESGUARDAR. El presidente Alberto Fernández asumió desde el primer día no solo ser la pluma de la decisión, sino la cara y voz visible de todas las respuestas que están resumidas en una cantidad de acciones por parte de cada ciudadano, sin incorporar ningún atributo adicional a nadie, que no sean más que el cuidado, la protección y garantizar la subsistencia de cada habitante del suelo argentino, tal como: aislarse, alejarse e higienizarse. Las recomendaciones vienen dadas porque el virus se transporta por las vías aéreas de cada persona, y de ahí su empecinamiento en lograr tener la menor cantidad de infectados a partir del confinamiento absoluto.

Plan Económico RESISTIR la encrucijada de la Casa Rosada es cómo salir, cuál es el camino a la flexibilización porque el leiv motive de la salud implica sine qua non la pausa, un alto en el camino, un stop. Y esto genera resistencias, porque el cúmulo de presiones es ampliado.

Si bien todos sabemos que no había alternativa, mientras por un lado se exige la colaboración impositiva mientras por otro lado la resistencia de todos los microemprendedores y sobre todo sostener los empleos, tarea titánica para muchos porque si algo existe en este país de manera subrayada es convivir con la idea de “vivir bien” y surfear la crisis permanente y muy iluso resulta tener un plan de salvaguarda de crisis financiera y de liquidación en el peor de los casos.

No obstante el engranaje en tensión del circuito del dinero son los bancos: los prestadores de dinero, que muy lejos de ser solidarios y subsidiarios. Al contrario, sus esfuerzos son leoninos y despiadados, reaccionan con la lógica de ganar a merced de cualquier precio y eso afecta notablemente la discusión de base. Aquí seguramente el plan económico demandará una intervención mayor de parte del Estado que asegure el mínimo de los habitantes; que evite la especulación, que reduzca la creación de bicicletas financieras y neutralice las posibilidades de crecimientos exponenciales de inflación, producto de la picardía de un puñado de desalmados.

Plan Emocional RESILIENCIA En este esquema es donde se puede observar las permanentes timoneadas de convivencias que permitan garantizar la fortaleza del tejido social, porque al principio emerge el pánico, ese estado de desesperación por evitar contagiarse, que jaque aquellos hábitos culturales son un arma letal para nuestra vida: ahora no nos abrazamos, no nos besamos, no compartimos un mate, no tomamos del mismo vaso, no podemos ser muchos en pocos metros cuadrados, no hay registro de fotos de eventos multitudinarios. En otras palabras, necesitamos algo que nos permita decir que estamos seguros, que realmente la posibilidad de muerte está lejos, es más necesitamos ese naturalizar vivir con miedo.

He aquí, cuando luego de un tiempo y la infodemia nos comienza a significar un esquema de buena administración de la ansiedad, dejando de lado el hartazgo de estar en la casa, que no se puede ir donde uno quiera sino donde uno necesita algo muy puntual; es justamente ahí cuando nace la expectativa, cuando nos adaptamos a una nueva vida en sociedad en grandes espacios, lejos, al menos por un tiempo. ¿Cuánto tiempo? No sabemos. Es así, que esa solución mesiánica que se les demanda a las autoridades quedan reducidas a la resiliencia, a ese nuevo heurístico mental que funcionará como atajo de seguridad en la vida de uno. Este es el desafío que pondrá a prueba el monopolio de la fuerza y la garantía de libertades.

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